Graduado crea método para aprender música carranguera
Juan F. Pulido, estudió música y obtuvo mención meritoria el día de su grado. El dejó el campo por el requinto. Aquí su historia.
Por Juan Carlos Monzón – Oficina Asesora de Comunicaciones
Cuando pequeño siempre acompañaba a sus padres en Nuevo Colón, Boyacá, a sembrar, fumigar y desyerbar. En su familia recuerda que su hermano mayor tenía una guitarra vieja a la que de vez en cuando le sacaba unas notas destempladas. ¨Él era muy estricto y no me la prestaba, así que cada vez que se iba a trabajar yo la cogía y ensayaba a escondidas”.
Hasta que un día en el colegio el profesor de música hizo unas audiciones para hacer una agrupación infantil y ahí fue donde uno de sus hermanos se presentó y pasó. “Yo lo acompañaba a las clases siempre y veía lo que le enseñaban, hasta que una vez uno de los niños no vino y me dijeron que lo reemplazara y me quedé como uno más. Allí aprendí por primera vez a poner los dedos en el diapasón de una guitarra”, recuerda con nostalgia.
Presentaciones en el colegio de música carranguera en los diferentes eventos y también afuera le dieron a este chico las herramientas necesarias para irse formando como un músico empírico, como lo son la mayoría de esa región que tocan rumbas, torbellinos y pasillos de oído. “Con mis amigos empezamos a ir a concursos y ganamos varios de estos. Ahí fui agarrando más experiencia”.
Luego con su familia decidió empacar sus corotos y se fue a vivir a Tocancipá. Atrás quedó la parcela y los recuerdos de la estufa de carbón donde se preparaba el café cerrero y el arado de bueyes con que sus padres abrían los surcos para el cultivo de la papa. “Llegué allá ya siendo mayor. Fue cuando decidí pasar una propuesta a la alcaldía para crear la escuela de música carranguera del pueblo y el alcalde entonces me apoyó”, afirma.
Pero había algo que sentía que le faltaba cada vez que se enfrentaba a los alumnos. Tenía la práctica que hace al maestro, pero le faltaba la teoría. “Por eso decidí presentarme a la Universidad de Cundinamarca a estudiar música ya que ese programa tenía la cátedra de tiple y requinto. Presenté mi examen teórico y práctico y me fue bien en esos dos, pero en el de oído regular, porque la carranga es de tradición oral, pero con eso me alcanzó para entrar”.
Allí en las aulas de la universidad el conocimiento le llegó como una especie de epifanía que revelaba un mundo que conocía, pero a pedazos. “Yo pensé que se iba toda la carrera a centrar en el requinto y el tiple, pero no. Empecé a ver la música en el periodo del barroco, en el renacimiento y también pedagogía, en fin. Después tuve cuatro semestres de piano y cuando fui por primera vez a la clase el profesor me preguntó: ´ ¿qué sabe de piano? ´ a lo que le respondí¨:´´solo sé que tiene teclas negras y blancas´¨, comenta riéndose con picardía.
Así se fue formando y poco a poco le fue poniendo nombre a todo lo que antes realizaba de manera empírica. “Me di cuenta de que lo que yo hacía en tal tema era una armonía, que en esta otra canción lo que había era un acorde aumentado o con mis amigos realizábamos una coral de tres voces. Para mí eso fue increíble”.
No obstante, su trabajo como director de las agrupaciones de música carranguera de la Escuela de Formación Artística de Tocancipá y estudiante pronto lo llevaron a pensar en dejar todo botado. “Me quedaba muy pesado, pero los profesores me retaban a cada rato. ´¿Juan Fernando, le va a quedar grande esto? ´ me decían, a lo que yo les contestaba que no, pero la procesión iba por dentro. Hoy les agradezco todo lo que hicieron por mí al motivarme porque pude terminar”.
Y si, terminó con un trabajo de grado con mención honorífica este hombre que entró a estudiar como dicen en su tierra jecho o maduro. “Vi que no había nada escrito para enseñar a tocar mi género, entonces creé la propuesta metodológica para la enseñanza e interpretación de la música carranguera, la cual ha tenido una gran acogida en donde trabajo e inclusive me la han solicitado de otras partes. Ahí los niños van aprendiendo con unas guías especiales”.
Ahora que mira el camino recorrido, se sorprende. Del niño que tocó en el colegio por primera vez un requinto con esas manos regordetas a lo que es ahora mucha agua ha corrido debajo del puente. “El mundo de conocimiento que me mostró la Universidad de Cundinamarca fue increíble. Tanto así que me sirvió para representar al país en el Festival de la Colombianidad en Nueva York. Le estaré eternamente agradecido a la institución por todo lo que aprendí allá.” comenta orgulloso.