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Guerras proxy: tres conflictos que puede desatar una guerra global

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Análisis desde la academia sobre las guerras proxy actuales.
Por: Cristian Abad Restrepo, Gestor del Conocimiento y el Aprendizaje, politólogo, magister en Hábitat y estudios del territorio y doctor en Geografía.
 
Las grandes potencias industrial-militares contemporáneas, como Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China, no se confrontan directamente porque eso significaría, literalmente, el fin del mundo. Sin embargo, lo hacen a través de países satélite o terceros Estados, incitándolos a emprender escaladas peligrosas con el fin de generar un desgaste militar a su contrincante histórico. A esto se le denomina guerra proxy. Las guerras proxy sirven para medir las fuerzas de los oponentes, sin importar la sangre humana ni la degradación ambiental que ocasionen.
 
La historia parece repetirse: Occidente contra todo lo que huela a Oriente. Ejemplo de ello es el actual escenario, donde hay dos guerras activas y una tercera que podría estallar en cualquier momento. Las dos primeras son: Ucrania vs. Rusia e Israel vs. Irán. La posible tercera: Taiwán vs. China. La disputa por las líneas de contacto Oriente Medio y el Nororiente asiático, será decisiva en el control de recursos naturales y poblaciones del mundo oriental y del Pacífico. Es importante resaltar que China observa detenidamente estos conflictos, con el fin de fortalecer su experiencia diplomática y militar. Siempre ha sido cautelosa, pero tiene claro que Taiwán es un asunto existencial. Su proyecto nacional incluye la recuperación de esta isla geoestratégica. No es aventurado pensar que la próxima guerra será entre China y el mundo occidental, teniendo a Taiwán como territorio proxy. Ese conflicto será decisivo en el control del Pacífico.
 
Las fauces de la derrota del proxy ucraniano
 
Ucrania es un país periférico y satelital. Ya existen suficientes registros en la actualidad para considerarla un Estado fallido, dada su dependencia militar y económica del mundo occidental, especialmente de Estados Unidos y de la Unión Europea, en el marco de la guerra que libra contra la gran Rusia.
 
Después de las elecciones plutocráticas en los Estados Unidos, Donald Trump se erigió como un gran negociador, sentenciando que “si hubiera sido presidente en las elecciones que perdió con Joe Biden, no habría ocurrido tal conflicto”.
 
Ahora bien, es necesario considerar el contexto actual de la guerra con Rusia. Los europeos y norteamericanos creyeron que infringirían una derrota estratégica a Vladímir Putin, utilizando a Ucrania como trampolín para expandir el mundo occidental sobre los territorios rusos. Cabe recordar que Rusia posee las mayores reservas de gas, minerales y petróleo a nivel global. Su gran extensión territorial sustenta un complejo industrial-militar basado en esos recursos naturales. Los países de la Unión Europea saben que sin dichos recursos no son nada. De allí nace el imaginario de querer expandir sus dominios y su proyecto civilizatorio.
 
Por otro lado, Estados Unidos ya se dio cuenta de que no puede derrotar a Rusia, una potencia militar y nuclear. Actualmente, entabla negociaciones para construir un acuerdo que permita una estabilidad futura en la región, impidiendo que la OTAN continúe su expansión hacia Europa Oriental, lo cual fue la causa principal del conflicto. A cambio, ha exigido que Ucrania pague por los recursos brindados mediante la entrega casi total de tierras raras, como el titanio, litio, grafito, cobalto, berilio, uranio, entre otros. Estos minerales son estratégicos para la industria estadounidense.
 
El mundo occidental puso a prueba la capacidad militar de Rusia. El resultado fue una bofetada para una civilización que se autoproclama como la más moderna, democrática y avanzada. Seguramente, la negociación entre Estados Unidos, Europa (con su limitada capacidad para gestionar un conflicto) y Rusia terminará fraccionando el territorio ucraniano. Particularmente, se anexarán los territorios de Donetsk y Lugansk, junto al reconocimiento internacional de la región de Crimea como parte de la Federación Rusa.
 
Como el imperio no pudo con Rusia, ha desviado su atención hacia otro frente para desestabilizar Oriente Medio, utilizando como proxy a Israel.
 
Guerra existencial entre el sionismo proxy contra el mundo musulmán
 
El sionismo es una ideología que plantea la construcción de un Estado judío en tierras palestinas, específicamente en lo que se conoce como la Franja de Gaza. Es decir, Israel se fundó sobre la premisa de que es en esta región —y no en otra— donde debe establecerse el Estado israelí. El mundo occidental vio en este fundamentalismo una oportunidad para apoyar la creación de un Estado en territorio musulmán después de la Segunda Guerra Mundial, como respuesta al genocidio judío. Desde entonces, el Estado de Israel ha expandido sus dominios y ocupado territorios cada vez más amplios sobre suelos palestinos. He ahí el origen de la actual guerra existencial. Israel es otro proxy occidental.
 
Esta guerra tiene otras configuraciones, dado que tanto Israel como Irán son Estados de corte fundamentalista. En ese sentido, los fundamentalistas se declaran la guerra perpetuamente, una guerra a muerte: es él o yo. No existe un “nosotros” debido a sus incompatibilidades existenciales. No por casualidad el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha declarado que es necesario asesinar al ayatolá Alí Jameneí, lo cual —según sus declaraciones en medios occidentales— serviría para doblegar al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní. Donald Trump, expresidente de los Estados Unidos y principal aliado de Israel, no está de acuerdo con esta narrativa, pero ha informado que lo tienen localizado para ajusticiarlo. En definitiva, se estaría sentenciando a muerte a un sujeto que sería, para el islam chiita, lo que el Papa representa para la Iglesia Católica, lo cual sería un gran error militar, político y religioso.
 
El 13 de junio, Israel bombardeó Irán con el pretexto del supuesto desarrollo de un arma nuclear que podría emplearse contra el Estado sionista. A pesar de que el Organismo Internacional de Energía Atómica manifestó que no existe prueba alguna que indique que Irán esté desarrollando o fabricando armas nucleares, Israel lanzó una campaña militar aérea denominada Operación León Naciente, dirigida contra instalaciones nucleares, científicas, mandos militares y políticos, dejando como saldo cientos de muertos en todo el territorio iraní. En respuesta, Irán levantó la “bandera roja de la venganza” en una mezquita, símbolo de guerra existencial y de sangre derramada injustamente. Es un llamado a vengar a las personas asesinadas. Con ello, inició su operación militar llamada Promesa Verdadera III. Desde entonces, no han cesado los ataques aéreos con drones y misiles.
 
Este escenario podría caracterizarse bajo la premisa de que estamos en la era del dron (y del misil también), que consiste, como lo enuncia Horacio Machado, en que “matamos sin ver y destruimos sin sentir”. El control del espacio aéreo se convierte así en el recurso geográfico más importante para ganar una guerra en el siglo XXI.
 
Con el paso de los días, crecen las víctimas y la guerra se radicaliza a tal punto que podría arrastrar a las potencias industrial-militares, escalando de un conflicto regional a una guerra global. No hay rendición incondicional a la vista, precisamente porque ya se han sobrepasado los límites del punto de no retorno.
 
Una escalada que involucre directamente a estas potencias militares podría abrir las grietas de una carrera armamentista nuclear a nivel mundial, especialmente en esta región. Caerían los mitos de la disuasión nuclear si, por ejemplo, Israel llegara a utilizar sus armas nucleares ante la negativa de Irán a rendirse. Irán, sorprendentemente, ha demostrado una capacidad de contraataque que el gobierno sionista y el mundo occidental no esperaban. En este contexto, los intensos combates auguran un aumento de la tensión internacional porque, como dice el ayatolá Alí Jameneí: “apenas comienza la batalla”.
 
El uso de misiles balísticos, la gravedad de los daños en ambos lados y el riesgo de un desastre nuclear sobre instalaciones de enriquecimiento de uranio en Irán hacen tambalear las supuestas bases de una civilización sustentada en la “paz perpetua” de Kant y los derechos humanos. Lo que revela este escenario es el choque de civilizaciones, como lo anticipó Samuel P. Huntington, al advertir sobre las profundas diferencias culturales y religiosas que pueden desencadenar guerras abiertas.
 
El panorama actual es nada alentador en cuanto a una salida negociada. Las declaraciones de los actores involucrados radicalizan aún más sus posiciones y, al parecer, esta guerra podría arrastrar a las potencias mediante el constante envío de misiles, hasta que el adversario se agote o se emplee un arma nuclear, se produzca una catástrofe o caiga un régimen. Ya no hay punto de encuentro: se trata de una guerra existencial. Todo indica que este siglo estará marcado por conflictos de esta naturaleza. En definitiva, la situación es alarmante, ya que estamos ad-portas de un conflicto global con la posibilidad real de una guerra total si se abren frentes de igual magnitud.
 
China contra el proxy de los Estados Unidos: Taiwan
 
China considera que Taiwán hace parte de su soberanía y busca su reunificación mediante amenazas militares y presiones económicas, tras la guerra civil desarrollada entre 1927 y 1949 entre el Partido Comunista y el Partido Nacionalista. Cuando los comunistas ganaron la guerra y se proclamó la República Popular China, los nacionalistas fueron acorralados en la isla de Taiwán. Desde esta isla se proclamó la independencia con el apoyo del imperio norteamericano, por lo que, para la China continental, Taiwán es una provincia rebelde. A partir de ello, se ha considerado la idea de "una sola China con dos sistemas políticos".
 
Los diferentes ejercicios militares chinos que rodean la isla son muestra de una presión constante, que se intensifica a medida que China fortalece su industria y su desarrollo nuclear. Estados Unidos reconoce que la cuestión de Taiwán es un asunto existencial, dado que por esta área circula el 20% del comercio marítimo internacional. Además, se trata de la línea de contacto con el continente más poblado del planeta.
 
Aunque aún es un conflicto latente, las dos guerras actuales (Ucrania vs. Rusia e Israel vs. Irán) son la antesala de este escenario, ya que en caso de escalar, se enfrentarían directamente las dos potencias militares más grandes del mundo. La proporcionalidad de este conflicto todavía no es imaginable. Si las guerras en Ucrania y Medio Oriente ya nos asombran por la capacidad destructiva alcanzada por el ser humano moderno, un conflicto entre China y Estados Unidos implicaría una destrucción total.
 
Ya se ha visto que la guerra es cada vez más selectiva y precisa: más técnica, geoestratégica y basada en cálculos políticos. Las dos guerras actuales y este conflicto latente están interconectados por alianzas y cooperación militar. Todos los Estados con capacidad disuasoria destructiva están realizando sus propios cálculos frente al escenario actual.
Es necesario seguir vigilando el comportamiento de los actores internacionales (Estados y organismos multilaterales) desde una mirada integral; es decir, observar cómo se mueven las intenciones en los discursos, y cómo surgen nuevos acontecimientos que evidencian la gravedad de una posible guerra en el siglo XXI. Lo más grave de todo es que, en esta guerra, nadie ganará, porque todos vamos a perder.
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