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‘Un profesor puede marcar diferencia en el proyecto de vida de un alumno’

‘Un profesor puede marcar diferencia en el proyecto de vida de un alumno’

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Alhassan Susso, el mejor profesor de Nueva York, explica los secretos de su exitoso programa.


Es inmigrante africano en una gran ciudad de Estados Unidos; tiene una discapacidad visual que lo hace prácticamente ciego; no tuvo recursos económicos y casi abandona la escuela por conseguir un empleo; es profesor en un colegio donde sus alumnos son inmigrantes y en una zona influenciada por pandillas, microtráfico y delincuencia. Con todo esto, Alhassan Susso recibió en el 2019 el reconocimiento como el mejor profesor de la ciudad de Nueva York.

Sus alumnos, en el distrito del Bronx, esperan temprano frente al aula a que el profesor llegue a dictarles una hora de clase extra en su programa Inspiration Teens, el cual logró que una escuela en donde siete de cada diez alumnos desertaban de secundaria hoy tenga una tasa de graduación del 85 por ciento, con muchos de estos alumnos ingresando a la universidad, un hecho que hace diez años era impensable en esta comunidad.

Contra todo pronóstico, el profesor Susso lo logró. Y para ello no hizo falta una fórmula mágica o una gran intervención. Simplemente cambió la manera en que daba clase. Pero fue tan efectivo e inspirador, que la mayor parte de sus exalumnos hoy se preparan para ser docentes.

Este maestro, originario de Gambia, explica las claves de su éxito, los secretos de su modelo de enseñanza que lo han llevado a viajar por el mundo, cuando no está en clase, hasta lugares como Catar, donde es aclamado como un experto conferencista.

¿Cómo un inmigrante de Gambia se convirtió en un profesor en los Estados Unidos?

Nunca me propuse ser un educador. Llegué de Gambia a Estados Unidos cuando era adolescente y terminé allí mi secundaria. Trabajaba en una tienda de comestibles después de graduarme de la escuela y luego decidí tomar clases universitarias. No sabía lo que quería estudiar, pero sabía que fuera lo que fuera, necesitaba saber inglés y matemáticas. Y comencé a estudiar esos dos cursos. Ese verano volví a Gambia porque mi hermana de 19 años murió de hepatitis B, luego de cuatro meses de luchar por conseguir una visa americana y recibir tratamiento médico. En las siguientes 24 horas murió mi abuela. Cuando eso sucedió, y volví a Estados Unidos, estaba convencido de que quería ser un abogado de inmigración, ayudar a inmigrantes. Pero cuando estaba haciendo mi aplicación en la Universidad de Vermont, una consejera me preguntó por qué quería ser abogado. Le conté mi historia, y me dijo que si lo que quería hacer con mi vida era empoderar a los inmigrantes, entonces debía convertirme en profesor. Entonces, la educación se volvió la opción más lógica.

¿De dónde nació la idea de Inspiration Teens?

Me volví maestro porque creo que es más efectivo ayudar a inmigrantes por medio de la educación, enseñando y dándoles oportunidades, en lugar de defenderlos en un tribunal. Entonces empecé a trabajar en el International Community High School, en el sur del Bronx, un colegio principalmente de inmigrantes, donde pude ver su situación, sus dificultades, y decidí que era necesario hacer algo para cambiar sus vidas.

¿Cómo son sus estudiantes?

Mis estudiantes son 100 por ciento inmigrantes en Estados Unidos. El 75 por ciento de ellos vienen de Latinoamérica; la mayoría, de República Dominicana, aunque hay de México, El Salvador, Guatemala, Honduras, Ecuador y Colombia. Otro diez por ciento viene del Medio Oriente y el otro 15 por ciento es de África.

¿Y cómo ese modelo creado en este contexto se diferencia de otros?

No me veo solo como un profesor de historia, sino como alguien encargado de guiarlos. No interpreto la enseñanza de la manera convencional, como una transferencia de conocimientos. Mi postura es preguntarme qué es lo que ellos necesitan en la construcción de su proyecto de vida, guiarlos en ese viaje.

¿De qué forma se traduce eso en sus clases?

Lo que he hecho a lo largo de los últimos diez años es crear diferentes programas para darles las herramientas para navegar a través de las diversas complejidades económicas y culturales por las que un inmigrante atraviesa en Estados Unidos. Lo mismo puede adaptarse para población afro, minorías o personas de bajos recursos, o para cualquier estudiante, así como a otras materias. Se trata de unas horas adicionales de clase antes de la jornada en la que enseño cosas que tienen que ver con los sistemas económicos, las dinámicas sociales y demás, traducidas en un lenguaje y contextos a los que ellos les ven utilidad. Si les hablo de impuestos, por ejemplo, les hago ver cómo los afecta. Lo mismo si es de movimientos sociales, macroeconomía y otros temas. Esto no solo les permite desenvolverse mejor en su entorno, sino que ha logrado garantizar mejores resultados académicos, de permanencia e incluso de acceso a la educación superior.

¿En permanencia?

No es un secreto que la población inmigrante y de bajos recursos, como mis estudiantes, suelen ser los que más abandonan sus estudios en Estados Unidos. Cuando empecé a trabajar en mi escuela en 2012, la tasa de graduación era apenas del 31 por ciento, por lo que los abandonos eran del 69 por ciento. Luego de aplicar este modelo, ahora la tasa de graduación es del 84,9 por ciento y los abandonos son el 15,1 por ciento. Esto abre un abanico de posibilidades a jóvenes que bien pudieron terminar en las garras de la delincuencia.

¿Y cómo se conecta una cosa con la otra?

Fue una combinación de múltiples factores. En mi segundo año como profesor descubrí que solo el 28 por ciento de mis estudiantes iban a la universidad, a la educación superior, después de la secundaria. Y de esos, el 50 por ciento abandonaba sus estudios en el primer año. Es decir, solo el 14 por ciento de esos chicos tenían posibilidades de éxito académico después de high school. ¿Qué pasaba con el otro 86 por ciento? Obtenían trabajos informales o con muy mala paga o entraban en pandillas. Entonces me pregunté por qué no darles algo que les sirviera para su vida después de la secundaria. Y creé el programa de Inspiration Teen en las mañanas. Allí les ayudo a desarrollar habilidades y tener conocimientos prácticos. Con eso, así no ingresen a la universidad, sabrían cómo desenvolverse en el mundo exterior. Nunca pensé que tomara la relevancia que tiene hoy. Es un programa voluntario, con una hora más de escuela. Pero de los primeros 29 estudiantes en el programa, todos se graduaron y todos fueron a la universidad. Seis años después, el 70 por ciento estaban graduados con un título universitario. Si se piensa bien, el principal problema antes era la asistencia. Crear una clase atractiva y útil antes de las clases habituales garantizó tenerlos en la escuela y, por lo tanto, asistir a las demás materias, evitando la deserción.

¿Por qué hay profesores a los que les cuesta tanto conectar e inspirar a sus estudiantes?

Eso depende del rol que cada docente quiera asumir. Creo que existen cuatro tipos de profesores, todos son necesarios en el proceso educativo, y el problema es cuando uno de ellos falta. El primero, el más común, es el que solo brinda información, y eso es todo. El segundo es el motivador, que no solo brinda conocimientos sino que motiva con cosas como ‘vamos, puedes hacerlo’, ‘tienes que hacerlo mejor’ o ‘espero mucho de ti’. Eso es bueno, pero consiste en mantener a los muchachos ocupados, y eso puede ser agotador. El tercer tipo de profesor es el que inspira, el que hace que los estudiantes quieran ser mejores, deseen algo mejor para ellos. Pero luego están los profesores transformadores, que son aquellos que sabes que tu vida nunca va a ser la misma después de estar en su clase; son esos que no solo inspiran y motivan, sino que llegan a cambiar la mentalidad de los estudiantes, que se involucran en su proceso, que entienden sus dificultades particulares y están ahí para transformar sus circunstancias. Estos pueden ser la diferencia en el proyecto de vida de un alumno. En mi caso, tuve una profesora que me daba clases extra, me daba de comer y nunca dejó que abandonara la escuela, estuvo pendiente de mi salud mental y emocional. A eso me refiero.

Muchos docentes se excusan en la paga para no ser excelentes...

Si tu propósito como docente era el dinero, tal vez te equivocaste de carrera. (...) Si se hacen las cosas bien, eventualmente llegará, o se tendrán otro tipo de satisfacciones

Eso pasa en cualquier país. Y es una realidad que los profesores no somos precisamente los que recibimos la mejor paga. Pero de nuevo está la pregunta: ¿para qué enseñamos? ¿Cuál es la razón por la que, desde un principio, decidimos ser docentes? Puedo decir que en la mayoría de los casos no fue por la paga. Y es necesario que los profesores recuerden eso. El director de mi escuela me advirtió que no había fondos para pagarme la hora extra de clases que daba, pero eso no importó, igual seguí con el programa, y eso lo vieron mis estudiantes y otros docentes. Es más, eso ha hecho que la mayoría de mis alumnos hoy se estén convirtiendo en profesores. Si tu propósito como docente era el dinero, tal vez te equivocaste de carrera. No tener la paga suficiente es difícil, pero si se hacen las cosas bien, eventualmente llegará, o se tendrán otro tipo de satisfacciones.

¿Cómo fue trabajar en medio de la pandemia?

Fue muy difícil, porque creo que la docencia se basa en las relaciones. Y no es lo mismo construir vínculos por Zoom. La manera en que lidié con eso fue tener todos los días un espacio de atención a estudiantes fuera de las horas de clase; 15 o 20 minutos en grupos de cuatro personas para mitigar cualquier problema, donde ellos se expresaban, se sentían apoyados, construimos vínculos y me permitió conocer problemas causados por el encierro y luego orientarlos.

¿El peor error que puede cometer un profesor?

Tal vez lo peor es decir una cosa y hacer lo contrario. Si les digo ‘respeten a sus compañeros’, yo debo mostrar respeto por cada uno de ellos. No hacerlo envía un mensaje equivocado que después se va a lamentar.

Fuente: El Tiempo


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