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Las apuestas por la paz de los jóvenes en los territorios

Las apuestas por la paz de los jóvenes en los territorios

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Fuente: El Espectador

Felipe Henao, el guardián del Chiribiquete.

Felipe Henao, el guardián del Chiribiquete. / Archivo

Entre enero y septiembre de 2020, 135 líderes sociales fueron asesinados en Colombia, según cifras del Programa Somos Defensores. En sus territorios muchas veces se escucha que cuando asesinan a un líder, muere también el proceso que lideraba.

Pero eso no sucede cuando existen personas que están dispuestas a tomar las banderas del liderazgo social y, sobre todo, cuando hay jóvenes que toman la batuta de los procesos que llevaron sus padres, madres, abuelos o líderes comunitarios.

Este es el caso de cinco jóvenes que han asumido un papel fundamental en la construcción de paz en Nariño, Putumayo, Guaviare, Cesar y Bogotá.

Algunos y algunas son herederos de las luchas de los mayores. Otros se dieron cuenta, a medida que crecían, de que podían reclamar sus derechos y los de sus comunidades. Los cinco lideran procesos sociales a partir del arte y la fotografía, del cuidado del medioambiente, el feminismo y hasta el trabajo de reparación a las víctimas del conflicto, todos apoyados y financiados por el Fondo Europeo para la Paz.

Ellos son un joven que hoy lidera la defensa del parque natural de la serranía del Chiribiquete, en Guaviare; una heredera de las Tejedoras de Vida de Putumayo; un comunero indígena que trabaja por el reconocimiento del pueblo de los pastos; una joven que se ha metido de lleno en formar niños y niñas en “paz ambiental”, y un excombatiente que trabaja con hijos e hijas de exguerrilleros en la reparación de las comunidades víctimas de la guerra.

Estos cinco jóvenes se reunieron recientemente en el encuentro “L@s jóvenes hablan: una nueva generación que le apuesta a la paz”, convocado por Colombia 2020 de El Espectador, con el apoyo de la Embajada de la Unión Europea en Colombia y en asocio con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

“Los criminales saben que la comunidad internacional tiene el ojo puesto en los líderes sociales”

 
El guardián del Chiribiquete
 

En octubre de 2019, ante más de 1.600 jóvenes de 194 países, Luis Felipe Henao Murcia pronunció el discurso “El mundo necesita la Amazonia”. En plena ciudad de Londres (Reino Unido) reclamó que el ambiente hay que cuidarlo porque es como cuidar la vida misma. Este joven de 25 años, nacido en el selvático municipio de Calamar (Guaviare), llegaba al One Young World, el encuentro de jóvenes más importante del mundo.

Llegar hasta allí le costó a este joven guaviarense años de lucha por la defensa de la Amazonia colombiana, pero sobre todo por el parque de la serranía del Chiribiquete. Haber sido criado en ese municipio le sirvió para ser testigo de la deforestación que se ha ido devorando la selva. En su misma familia vio cómo se tumbaba monte para la agricultura, para meter ganado o para sembrar coca. En 2004, grupos armados los desplazaron y tuvieron que salir para el Eje Cafetero, donde vivió casi cuatro años con su familia.

En la ciudad se dio cuenta de que allí no se respiraba el aire puro que tenía en Chiribiquete. Pero, además, cuando volvió a Guaviare, en 2008, vio que los ríos donde había crecido estaban contaminados y los bosques los habían talado.

Con dos amigos decidieron empezar a hacer videos hablando del medioambiente “desde la puerta norte de la Amazonia colombiana”, como le dice Luis Felipe al Guaviare. Así crearon el canal de Youtube “Pipe Q-ida”.

Meses antes de la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado y las Farc preveían que cuando se fuera la guerrilla del territorio la deforestación se iba a disparar. Y en efecto sucedió. En los últimos años Guaviare ha ocupado los primeros lugares de los departamentos con más deforestación. El parque del Chiribiquete, conformado por 4′268.095 hectáreas de bosque entre Caquetá y Guaviare, aparece también entre los más afectados.

En “Pipe Q-ida” publican videos con contenido pedagógico para la defensa del parque. Luis Felipe Henao es, entonces, un “ecotuber”, que desde las redes ha venido trabajando por la reforestación de la región.

A través del canal y otras redes sociales han ido convocando a más jóvenes de la zona y hoy son alrededor de 400 guardianes del Chiribiquete, apoyados por el proyecto Caminemos, Territorios Sostenibles, del Fondo Europeo para la Paz.

Saben que no pueden detener la deforestación que avanza a pasos agigantados en el territorio ni combatir a los grandes terratenientes que llegan a Guaviare en camionetas 4x4, a veces hasta en avionetas y helicópteros, a patrocinar la tumbada de monte para el acaparamiento de tierras y la consolidación de hatos ganaderos.

Pero pueden generar en los más jóvenes conciencia ambiental, y gracias a eso han hecho ya un sinnúmero de jornadas de reforestación, que les ha arrojado la cifra de 30 mil árboles sembrados.

Sandra Ángel, la defensora de la memoria ambiental.
Sandra Ángel, la defensora de la memoria ambiental. / Archivo

La defensora de la memoria ambiental

Desde el Colectivo Proterra, Sandra Ángel trabaja en 12 colegios e instituciones educativas de Nariño, Bogotá, Soacha, Medellín y Buenaventura con el programa “Tejedores de vida”, a través del cual niñas, niños y adolescentes aprenden sobre construcción de paz ambiental. ¿Qué quiere decir?: “Que ellos y ellas empiezan a reconocer que el medioambiente también es sujeto de derechos y que la vida debe respetarse en todas sus formas”, explica Sandra.

Con los jóvenes, sus padres, profesores, líderes o sabedores de sus territorios hacen una reconstrucción histórica de cómo han cambiado los ecosistemas que los rodean, como humedales, manglares o páramos, por la intervención del ser humano y el conflicto armado.

“Si las lagunas se secaron, ellos entenderán que son tan importantes no solo porque les proporcionaban comida, sino porque era el sitio de las prácticas ancestrales de sus padres o abuelos. Lo mismo con los ríos por donde han bajado los muertos. Les preguntamos cómo hemos afectado a la naturaleza y cómo la mejoramos para reconstruir esa relación”, agrega.

En los dos años que lleva este proceso, junto con los chicos ha construido herramientas pedagógicas que motiven a otros jóvenes a cuidar de la naturaleza, como jornadas para embellecer los parques y espacios públicos, a separar los residuos, a sembrar huertas urbanas en sus colegios e incluso a promover senderos turísticos en lugares antes afectados por la guerra, y por los que hoy pueden transitar para descubrir su fauna y flora. También crearon un kit de memoria narrado e ilustrado para recoger las enseñanzas de sus comunidades. En el kit hay cuentos con historias locales, mapas despegables sobre su región, una línea de tiempo con el cambio de los paisajes y lugares de memoria, y unas postales con las fotos de sus paisajes.

De acuerdo con Sandra, este proyecto les ha permitido a los chicos generar puentes con las generaciones mayores, que se vinculen a su comunidad y que incluso les propongan proyectos ambientales. Poco a poco ellos y ellas se han convertido en los defensores y defensoras del medioambiente y sus territorios.

Daniel Lucero, el protector de la identidad indígena.
Daniel Lucero, el protector de la identidad indígena. / El Espectador

El protector de la identidad indígena

Durante la guerra, los comuneros de las 34 veredas del resguardo indígena de los Pastos, en Ipiales (Nariño), dejaron de encontrarse. No eran libres de moverse por su propio territorio, ubicado justo en la frontera colombo-ecuatoriana. Incluso, no podían llegar hasta sus sitios sagrados. Aun hoy, a pesar de que los actores armados se han ido del territorio, la comunidad sigue con el miedo de encontrarse.

La historia la cuenta Daniel Lucero Bernal, un comunero de 28 años que viene liderando procesos de reunificación entre la comunidad y reivindicación de la identidad indígena.

Empezó a destacarse como un líder entre los jóvenes comuneros cuando apenas a los 16 años se interesó por las decisiones políticas del resguardo y participó en la construcción de su reglamento interno, un tema que se consideraba solo de los adultos.

Actualmente es uno de los jóvenes que lidera el proyecto “Abrazando el territorio”, el cual es parte del Plan de Desarrollo Territorial. La iniciativa tiene cuatro objetivos:

“Primero, la sanación personal y velar por el reconocimiento propio: los jóvenes indígenas a veces nos hemos ido a estudiar a otras ciudades y allá no mencionamos que somos indígenas, porque de pronto nos miran raro. Tenemos que empoderar a nuestros jóvenes”, dice él, quien se fue a estudiar derecho a la Universidad de Antioquia y ahora ha vuelto al territorio.

En segundo lugar, buscan la sanación colectiva. Que sane la comunidad y propender por armonizar el territorio, es decir, que las energías estén en equilibrio. Y así hacer memoria de todo lo que les ocurrió durante la guerra y que no quieren que se vuelva a repetir.

Para ello, el colectivo de comunicaciones del resguardo del que forma parte Daniel está desarrollando 10 documentales que contarán la historia de todas las veredas. “Que las comunidades que nos rodean, indígenas y mestizas, sepan quiénes somos”. Además, realizarán un festival de artes escénicas en el que cada comunidad del resguardo se pueda representar a sí misma. Están trabajando en una Escuela de Líderes Indígenas Juveniles y en una revista para recuperar y visibilizar el patrimonio cultural indígena. Como trasfondo de todo este trabajo está contribuir en la resignificación del plan de vida del resguardo, que es de 2009, y el que quieren ajustar a esta nueva etapa de construcción de paz.

Juliana Rincón, la heredera de las lideresas de Putumayo.
Juliana Rincón, la heredera de las lideresas de Putumayo. / Archivo

Heredera de las líderes del Putumayo

Juliana Rincón es socióloga y filósofa de la Universidad Externado y actualmente está haciendo una maestría en geografía en la Universidad de los Andes. Ella también es una de las herederas del liderazgo social que han ejercido las mujeres en Putumayo. Es nieta de una de las lideresas más conocidas de esta región, Fátima Muriel.

Hace 15 años, y en medio de la violencia, Fátima creó la Alianza de Mujeres Tejedoras de Vida, una plataforma que reúne a más de 40 organizaciones de mujeres en los 13 municipios de este departamento. El fin es hacer valer sus derechos, que su voz sea escuchada y luchar contra la violencia de género en un entorno tradicionalmente machista, exacerbado por el conflicto armado.

Juliana, a sus 25 años, ahora está haciendo el relevo generacional de las luchas que ha dado su abuela. Junto con nueve jóvenes más, que a su vez son hijas y sobrinas de las tejedoras, conformaron la “Alianza joven”.

“Se formalizó en el paro de 2019”, cuenta Juliana. “El espíritu del paro nos dijo que nos teníamos que movilizar más, mostrar el papel de las y los jóvenes. Como en Putumayo no hay universidades, desde el Cauca, Cali o Bogotá formamos parte de ese movimiento estudiantil y dijimos por qué no traerlo a Mocoa”.

Una de sus luchas es que las y los jóvenes sean partícipes de las dinámicas sociales y políticas del país, y que también los adultos y el Gobierno validen su voz. Para esto es vital el acceso a una educación de calidad. “Ahora peleamos por una universidad pública en el departamento para que no nos tengamos que ir de acá, pero cómo hablar de educación pública si a nuestros compañeros varones los están reclutando”.

El fin del conflicto es su otra demanda. Juliana se pregunta si las nuevas generaciones asumirán liderazgos sociales en un país en el que los y las matan constantemente. Y recuerda el caso de Gloria Ocampo, lideresa de Putumayo que defendía la sustitución voluntaria de los cultivos de uso ilícito y era parte de las Guardianas del Agua, un programa de las Tejedoras de Vida para defender el territorio amazónico.

El asesinato ocurrió el 6 de enero de 2020 en Puerto Guzmán.

Para Juliana, desde el Estado debe haber garantías de vida, que no haya miedo por expresar una opinión y que no sea una cuestión de valentía hacer activismo.

“La voz de las mujeres la han intentado callar sistemáticamente y nos acostumbramos a vivir en ese silencio, pero hemos encontrado las rutas para que no se ahoguen las palabras. Mientras los violentos tienen las armas, nosotras tenemos las palabras. Ahora hay una generación que no se va a quedar callada”, sentencia.

Marcos Guevara y la reparación con los hijos de la guerra.
Marcos Guevara y la reparación con los hijos de la guerra. / Archivo

Reparar con los hijos de la guerra

“Mi nombre es Marcos Guevara, vivo en la serranía del Perijá, en una comunidad fundada por exguerrilleros de las Farc en 2016”. Así se presenta este excombatiente de la guerrilla, cuyo nombre real es Francisco de la Hoz.

Él hace referencia al poblado de Tierra Grata, ubicado en el municipio de La Paz, Cesar. Desde allí ha liderado un trabajo con hijos e hijas de excombatientes con el que ha tratado de reparar simbólicamente a la comunidad.

“Cuando llegamos a esta vereda dije: ‘Nosotros tenemos una deuda histórica con esta serranía. Aquí hay comunidades que fueron víctimas de nosotros y hay que ver cómo reparamos este territorio a través de lo audiovisual’”. Ese fue el lenguaje que escogió, porque cuando estuvo en la Universidad del Atlántico, antes de entrar a la guerrilla en 2013, un amigo le mostró el mundo de la fotografía. Entonces se compró una Pentax y cinco rollos de 35 milímetros a color y empezó a retratrar al mundo.

Ya en las Farc, dice, no disparó un arma. Su papel estuvo en la alfabetización. Enseñó dibujo, cartografía y fotografía. Pasó por la escuela de Efraín Guzmán, el bloque Martín Caballero y el frente 41, que operó en Cesar.

Ya en la vida de la legalidad se dedicó a recorrer los espacios territoriales de reincorporación donde estaban sus compañeros de filas y a retratarlos. A consignar en fotos sus historias, sus heridas de guerra. También hizo lo mismo con militares y víctimas del conflicto.

Aterrizó definitivamente en Tierra Grata y allí formó un colectivo audiovisual que bautizó La Rotativa. El grupo lo integran hijos de excombatientes que avanzan en su reincorporación en ese poblado. Habilitaron una habitación como su taller de trabajo y andan por el Cesar contando las historias de la comunidad, porque consideran que así pueden repararla simbólicamente. “No se trata solo de un tema monetario. Creo que se puede reivindicar a estas personas mostrando su cultura y su manera de resistir”.

Los jóvenes que trabajan con él en La Rotativa, comenta, se los está arrebatando a la guerra. Busca que no sigan el camino que un día sus padres tomaron, pero que cerraron con la firma del Acuerdo de Paz en 2016.


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