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Pisa y ‘pizza’
La educación debe ser un tema de discusión permanente. No se agota con las exigencias del paro.
Por Moisés Wasserman.
Fuente: El Tiempo
Los resultados de la prueba Pisa 2018 son muy preocupantes. Hay algunas voces que la critican con el argumento de que la Ocde y los rankings son el demonio. Algunos otros proponen como solución más inversión. Son como el cocinero que, tras un descalabro con una pizza, propone como remedio subir la temperatura del horno. El nivel de inversión es un factor muy importante, pero no es el único. El cocinero sensato debe revisar sus ingredientes, instrumentos y procedimientos, y ahí sí, ajustar la temperatura del horno.
No voy a repetir todos los resultados, algunos pocos serán suficientes para preocupar a los lectores. La mitad de los jóvenes de 15 años no entienden un texto simple y son incapaces de explicar un fenómeno natural, y distinguir entre un hecho y una opinión. El 65 por ciento no puede hacer cálculos de aritmética simple y cotidiana; no podrían manejar la caja de una tienda de barrio. En matemáticas, nuestra calificación subió de 390 en el 2015 a 391 en el 2018 (en lectura y ciencias caímos). En China, la calificación es 200 puntos más alta. Si el puntaje fuera proporcional al número de años estudiados, tendríamos que sumarle unos cinco años a nuestra secundaria. Solo el 1 por ciento de nuestros jóvenes logran un nivel similar al de la mayoría de sus coetáneos en China o Singapur.
Las diferencias entre educación urbana, rural y rural dispersa son vergonzosas. La diferencia entre colegios privados y oficiales es notable. En lectura, por ejemplo, los privados mejoraron siete puntos entre el 2015 y el 2018, mientras que los oficiales urbanos perdieron 22 y los rurales, 19. El asunto es aún más grave porque la nota es el promedio de conjuntos muy heterogéneos.
La educación debe ser un tema de discusión permanente. No se agota con las exigencias del paro (por cierto, muy modestas en esto) ni con el plan decenal de educación. La Misión de Sabios propuso algunas recomendaciones ambiciosas, no necesariamente originales; sabemos que el ministerio adelanta iniciativas similares. Hay que lograr pronto cobertura total en primera infancia, y para eso se propone aumentar a un 25 por ciento los recursos de regalías destinados a ciencia y educación. Hay que transformar la educación media con opción de media tecnológica. Es necesario crear una institución superior de investigación en educación que lidere el sistema de formación de maestros.
Pero no arreglaremos las cosas si no entendemos bien lo que sucede y lo decimos sin autoengaños piadosos. La educación depende esencialmente de los maestros, y si hay fracasos hay que revisar y cambiar revolucionariamente sus sistemas de formación inicial y continua. Es cierto que hay maestros que son verdaderos héroes que merecerían la Cruz de Boyacá. Es cierto, también, que en la prueba Pisa el 85 por ciento de los estudiantes declararon que sus maestros eran entusiastas; eso es bueno, pero no suficiente.
Las facultades de educación han sido, en general, mal evaluadas. Universidades emblemáticas cerraron sus programas de educación hace años. Los estudiantes mejor calificados en las pruebas Saber 11 (Icfes) no se inclinan por la docencia. El cuerpo de maestros en el sector oficial es cercano a 350.000. Un cambio inmediato no es posible, pero hay que empezar muy pronto con cambios educativos de fondo, y tratando de inyectar profesionales de otros campos, con preparación pedagógica, al sistema. La discusión de un currículo nacional ha sido un tabú, hay que abrirla sin miedo.
Tampoco hay que tenerles miedo a las propuestas de una evaluación real de los maestros que conduzca a planes de mejoramiento y capacitación. Es necesario producir ayudas como textos y programas virtuales interactivos. La educación continua debe ser relevante y conducente. Nada en el país progresará de verdad si no logramos esos objetivos.
Por Moisés Wasserman.
Lee el artículo original: El Tiempo