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“Aprender a bailar tango me cambió la vida”: Willintong Marín

“Aprender a bailar tango me cambió la vida”: Willintong Marín

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Este graduado a pesar de venir de un hogar disfuncional y pobre, logró contra todo pronóstico, superarse y ahora está haciendo un doctorado en ingeniería.


Por: Juan Carlos Monzón. Periodista Oficina Asesora de Comunicaciones

“Solo atravesando la noche se llega a la mañana” decía JRR Tolkien y en la vida de él sí que le aplica esta frase célebre de este escritor británico. Este hombre que se reconoce y pregona como “zambo” –léase mezcla de indígena con negro- es hijo de una madre que fue drogadicta y un padre de origen costeño que no estuvo muy presente. Como consecuencia de eso, no tuvo una niñez y ni una juventud fácil, al contrario, siempre estuvo cargada de carencias, pues el “circulo vicioso de la pobreza” que hablan los economistas estuvo a punto de cerrarse, para dejarlo en lo que la gente llama: la miseria.

Hoy, desde la comodidad de su casa en la ciudad de Winnipeg en Canadá en donde estudia inglés se dio a la tarea de atender mi llamada al otro lado de la línea. Tuvimos una conversación franca, llena de anécdotas en donde salió a relucir la Universidad de Cundinamarca como la institución que le ayudó a torcerle el pescuezo a la pobreza para estar hoy donde está. “Ahora oscurece más temprano. Cada vez los días son más cortos y las noches más largas” me comenta con un tono cargado de cierta melancolía.

Entonces inicio esta conversación hablándole de su madre y el recuerdo que tiene de ella. De inmediato el ser humano compasivo que a pesar de haber vivido en lo que los psicólogos llaman un hogar conflictivo, la ama. “Ella estuvo casi toda la vida en el vicio. De niño la recuerdo rebuscándose para darnos el alimento. Tenía un genio terrible. Por esa razón me fui de Villavicencio a vivir a San José de Guaviare donde una hermana con quien estuve dos años hasta que le colmé la paciencia y no me aguantó más ya que mi comportamiento era complejo. Quizás producto de todo lo que vivía” me comenta.

Pero su deseo de quedarse en esa ciudad a cualquier costo, lo llevó a vivir en arriendo y a trabajar en lo que popularmente se llama la rusa. Entró como ayudante en donde solo se encargaba de mezclar con infinita paciencia el cemento y la arena. Después lo ascendieron a maestro de obra. “Aprendí a echar pañete y a nivelar pisos durante dos años y me sostuve con eso y luego vendiendo pauta publicitaria”.

Pero una mañana, una corazonada lo despertó agitado. Sintió que su madre iba a morir pronto por el consumo del bazuco. “sabe ¿que?” me dice en tono de desagrado: hay una expresión muy fea en Colombia que es desechable y ella vivía en esa situación. Sin más opciones, agarré mi maleta y me fui en su búsqueda a Villavicencio”.

Y si, allá la encontró tras un viaje por trocha de ocho horas y le propuso que se fuera a vivir con él a San José del Guaviare y ella aceptó. Con su trabajo en la construcción principalmente compró un lote y levantó una casa de tres habitaciones, paredes de madera, teja de zinc y baño “¡y piso de tierra!” me recalca como para que no se me olvide y me arme mejor la película en mi mente.

Terminó su bachillerato, pero con un nivel de matemáticas y física que no le daba para entrar a estudiar ingeniería, su sueño. No obstante, se presentó a la UIS, la del Llano y la de Antioquia y no pasó. Insistir y persistir estaba en su ADN. Volvió a intentarlo. “Y me inscribí en la UCundinamarca el siguiente semestre a estudiar ingeniería electrónica y pasé. Llegué con un préstamo beca de la Alcaldía de San José del Guaviare a Fusagasugá”.

Allá recordó que debía poner en práctica sus conocimientos como bailarín de una academia cuando cursaba el bachillerato. Ahí, en medio de la selva, enseñó el tango, el chachachá y la rumba española. “Tan pronto entré, me di cuenta que no había grupo de tango. Organicé por mi cuenta uno y empezamos a ensayar en la universidad. Hasta que un día María Helena del área de bienestar se me acercó y me dijo. ´Los grupos de danzas deben estar registrados, pase mañana por mi oficina y hablamos´. Yo pensé que me iba a regañar y no. Me prestó el salón de espejos y una grabadora y de paso quedamos registrados como parte de los grupos culturales”.

Su éxito fue tal que lo llamaron para empezar a hacer presentaciones en diversos eventos en representación de la universidad a nivel local y nacional. “Al siguiente semestre el director de bienestar Máximo me preguntó que como era mi situación financiera. Yo le dije que mala. Le conté que sostenía a mi madre y a mi hermana menor y que tenía una ayuda de la alcaldía por ochocientos mil pesos para todo el semestre y que no me alcanzaba. Él me dijo que iba a hacer lo posible porque me exoneraran de la matrícula y eso fue realidad”.

Así, en medio de las materias propias de ingeniería, el tango y la milonga, se gradúo y fundó Domotic una empresa dedicada al montaje de emisoras comunitarias en donde le fue bien, pero después le ofrecieron ser director de una emisora en San José del Guaviare y la cerró. Pero su deseo de superación lo hizo buscar un crédito del ICETEX e hizo un MBA en administración de empresas en el Externado, fundó una compañía de asesoría en energía solar, se casó y tuvo un hijo según me comenta.

Pero ¿y su madre? Le pregunto intrigado. “Ella superó su adicción solita. Una hermana había intentado muchas veces y recaía y recaía, pero conmigo no volvió a consumir y ahora vive en un apartamento que le compré en San José del Guaviare. Alguna vez le pregunté que como hizo y me respondió: ´Usted fue una motivación al verlo como se esforzaba trabajando y estudiando para yo dejar ese vicio´”.

No conforme con lo que había logrado en el 2017, me dice que se “antojó” de hacer un doctorado en ingeniería y se presentó a Colciencias para una beca y se la ganó para realizarlo con la Universidad Javeriana que le exige de paso un nivel C1 de inglés –casi de nativo- por eso su estadía en Canadá con todos los gastos pagos. “Mi tesis consiste en la creación de unos algoritmos para identificar el estado de madurez de la palma de moriche y asaí y su fruto a partir de unas imágenes con drones”, afirma.

Finalmente, y tras cuarenta y cinco minutos de charla, me apresuro a concluir la llamada, no sin antes preguntarle qué mensaje le deja a los jóvenes de la UCundinamarca. “Que la vida es un triángulo entre las habilidades, el deseo y los propósitos de futuro. A mi aprender a bailar tango me cambió la vida porque pude coger otro camino y a la vez me puso como instructor en la universidad y con eso logré estudiar. Sigan esa chispa interna que cada uno tiene que con disciplina llegarán lejos”.

En la Universidad de Cundinamarca continuamos estrechando la relación con nuestros graduados. Si quieres contarnos tu historia de emprendimiento o crecimiento profesional e inspirar a otros, te invitamos a escribirnos al correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.


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